Un amor
La última película de Isabel Coixet, Un amor, realmente toca la fibra de lo que significa estar enraizado en los paisajes emocionales y físicos de la España rural, pero con un giro que solo Coixet podría imprimirle. Basada en la aclamada novela de Sara Mesa, la película es un viaje introspectivo que desgrana los temas del deseo, la soledad y la feminidad con una sensibilidad que roza lo tangible. Imagina una mezcla entre un western y un thriller psicológico, pero con el alma de una poesía desgarradora sobre la vida en un pueblo que parece aplastar a sus habitantes con un silencio ensordecedor, silencio que se altera con el ladrido incansable de sus habitantes caninos durante la noche.
Pero ahí es donde entra Sieso, el perro, ese inesperado pero poderoso eje narrativo que Isabel Coixet maneja con una destreza sorprendente. Sieso no es solo un perro en la trama; es como si fuera el espejo a través del cual Nat, interpretada magistralmente por Laia Costa, se refleja y se descubre a sí misma. Hay momentos en que Nat habla con Sieso, o sobre Sieso, y sientes que no solo está hablando de él, sino de sí misma, de su dolor, de su soledad, de su lucha por encontrarse en un mundo que parece decidido a no entenderla.
Pero ahí es donde entra Sieso, el perro, ese inesperado pero poderoso eje narrativo que Isabel Coixet maneja con una destreza sorprendente. Sieso no es solo un perro en la trama; es como si fuera el espejo a través del cual Nat, interpretada magistralmente por Laia Costa, se refleja y se descubre a sí misma. Hay momentos en que Nat habla con Sieso, o sobre Sieso, y sientes que no solo está hablando de él, sino de sí misma, de su dolor, de su soledad, de su lucha por encontrarse en un mundo que parece decidido a no entenderla.
Y entonces, hay escenas donde los personajes preguntan por Sieso, pero las preguntas llevan un peso que va más allá de la mera curiosidad por un animal; parecen preguntas sobre la identidad de Nat, sobre lo que la hace ser ella en un lugar tan asfixiante como es La Escapa. Este juego de espejos entre Nat y Sieso añade una capa de profundidad a la narrativa, mostrando cómo, a veces, nuestras conexiones más profundas con el mundo no son con las personas, sino con aquellos seres que, sin palabras, entienden y comparten nuestro sufrimiento.
No podemos olvidar la figura del casero, una personificación de la misoginia tan palpable y cruda que su mera presencia en pantalla es un golpe directo al estómago. Coixet no se anda con rodeos al retratar su agresividad, tanto verbal como no verbal, creando un antagonista que simboliza todos los desafíos tóxicos que Nat enfrenta. Es en su confrontación con esta figura donde vemos la resistencia de Nat, su determinación por mantenerse fiel a sí misma frente a la opresión.
O el vidriero (Hugo Silva) , lobo con piel de cordero, un ser humano cuya toxicidad Nat puede oler a kilómetros y con el que surfea con maestría hasta su confrontación.
El alemán, este hombre, encarna una filosofía de vida que privilegia la autenticidad y la independencia sobre cualquier otra cosa. No tolera la debilidad en los demás, no porque la desprecie, sino porque ve en ella un reflejo de la dependencia y las expectativas que otros podrían tener sobre él, algo que confronta y rechaza vehementemente. Él ya lidia con sus propios demonios, que son suyos, no quiere ni necesita la comprensión de nadie, mirar hacia delante sin queja para honrar a aquellos que lo pasaron realmente mal y jamás se quejaron.
Isabel Coixet emplea con maestría el simbolismo para evocar emociones y subrayar temas clave de la película. Un ejemplo particularmente poderoso de esto es la toma de los buitres volando en círculo en el pico, una imagen que encapsula perfectamente la situación angustiante y la atmósfera opresiva que permea la historia.
Esta toma no solo es visualmente impactante, sino que también carga con un peso simbólico significativo. Los buitres, a menudo asociados con la muerte y la carroña, vuelan en círculos sobre algo que está a punto de expirar. Al emplear esta imagen, Coixet sugiere la inminencia de un final, ya sea literal o metafórico, subrayando la sensación de desesperanza y la lucha constante de Nat contra las fuerzas que la rodean.
La presencia de estos buitres podría interpretarse como una metáfora de las presiones sociales y las expectativas que acechan sobre Nat, esperando a que sucumba para poder devorar lo que queda de su individualidad y libertad. En este contexto, el círculo de buitres en el pico también refleja el ciclo vicioso de la vida en el pueblo, donde los habitantes se encuentran atrapados en una danza macabra de roles tradicionales y juicios, incapaces de escapar del juicio constante y la vigilancia de los demás.
Además, esta toma podría verse como un reflejo del estado emocional de Nat, quien se encuentra en un momento de su vida en el que se siente vigilada y juzgada, no solo por los habitantes del pueblo sino también por sus propias dudas e inseguridades. La angustia que siente se magnifica bajo el escrutinio implacable de la comunidad y sus propias expectativas fallidas. Supongo que todos hemos sido Nat en alguna ocasión, y por qué, no, Sieso, también.
El saber hacer del reparto de esta maravillosa adaptación; Laia Costa como Natalia, Hovik Keuchkerian como Andreas, Hugo Silva, Luis Bermejo, Ingrid, García Jonsson, Francesco Carril... eleva la película, la hace creíble y reconocible, te toca, en ocasiones te zarandea y te deja con la perplejidad con la que Nat vive su propia incomprensión.
Gracias Coixet, gracias de nuevo.
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